Todas las noches, ya hace miles de años, añares, una mosca viene a visitarme en la cama. Ya acostado, la mosca viene a saludarme: yo agito la mano y ella se va. Me pregunto si es la misma mosca de siempre o son moscas distintas. Mosquitero no hay - no se estila en Baires, no se acostumbra - pero de todas maneras.
No se trata de una muerta mosquita sino de una vulgar y silvestre mosca.
No la he visto nunca: solo escucho su delicioso zumbido que me recuerda a la muerte o simplemente a lo excrementicio, Machado mediante, evidentemente.
O incluso a Parra, Nicanor, que en una de sus fervientes prosas nos habla, o nos escribe mejor dicho, de su pasiòn por las moscas y otras criaturas del animal reino.
Yo, coleccionista de lugares comunes, huesos, catacresis diversas y hechas frases de todo tipo o clase, me declaro fervorosamente muerto, como un aprendiz de suicida que no tiene mejor cosa que hacer que divagar en moscas y otras creaturas del animal reino o imperio.
Ahora bien: yo no la veo nunca a la dicha mosca en medio de la tiniebla màs absoluta pero ella me recuerda a la muerte frìa y a la misma mierda, a la que me han enviado muchas veces y luego de haber injuriado a mi señora madre, fallecida hace muchos años, muy joven, en virtud o a causa de un càncer que le crecìa adentro como una constelaciòn o como una planta verde y bàsicamente monstruosa.
En fin, ya dejo esta prosa durmiente para irme a acostar en la esperanza de la cotidiana visita nocturna, mortuoria y zumbante, Rimsky Korsakov mediante, Osmar Maderna, mediante. Aunque por el zumbido, no se trata de un bello moscardòn sino de una simple, vulgar, silvestre y seductora mosca.
Machado mediante.